El Camino de Santiago de Dalí y John Lennon
Salvador Dalí y John Lennon estuvieron a punto de unir sus nombres a los de Stephen Hawking, los Reyes Católicos, Carlomagno, Felipe II, Martin Sheen o Paulo Coelho, es decir, a los de los ilustres peregrinos del Camino de Santiago. El pintor catalán y el músico británico hablaron sobre ello a mediados de los setenta y planearon hacerlo juntos -probablemente, en el año santo de 1982- dentro de una estrafalaria aventura digna de mentes efervescentes y poco dadas a ataduras, como las suyas. Lo afirma el periodista y escritor gallego Antonio D. Olano (Villalba, 1938), amigo personal de Dalí y confidente de un proyecto que, finalmente, no se llegó a materializar. «Él quería reunir a mil hippies e ir a pie a Santiago, con el líder de los Beatles a la cabeza. No era nada improvisado, teníamos todo organizado. Pero a Lennon lo mataron y él perdió todo el interés», asegura Olano, que relata la peripecia en uno de los capítulos de su libro de memorias La Gran Vía se ríe, editado el año pasado.
La simple idea de que esa peregrinación se hubiera llevado a cabo pone en ebullición todos los suspiros del lo que pudo haber sido y no fue. Dos de las mayores y más mediáticas figuras culturales del siglo XX juntas en el icono cultural gallego por excelencia. Ambos rodeados de hordas de aquellos hippies que extendían, ante la incomprensión social, su modo de vida por toda Europa. Supuestamente, hallarían aquí una dimensión totalmente espiritual a su existencia. Y todo ello con dos paisajes de fondo. Por un lado, los esfuerzos que el sacerdote Elías Valiña estaba haciendo desde los sesenta por la promoción internacional de la Ruta Jacobea. Por otro, el clima de apertura de la transición, que situaba a España ante los ojos curiosos del mundo. Mil campañas publicitarias no hubiesen logrado un impacto mayor.
El origen de todo se podía fijar en 1957. Ese año Dalí pintó Santiago el Grande, una obra monumental en la que representaba al apóstol Santiago en su caballo blanco acercándose a Dios. El artista confesó, en su día, que había sentido al hacerlo «un escalofrío existencialista: el escalofrío de la unidad de la patria». Olano, su amigo, apunta que esa pintura se enmarca en una vuelta del pintor al fervor religioso. Este fue uno de los motivos por los que el estreno en 1969 de la película La Vía Láctea de Luis Buñuel provocó su reacción. Se trataba de un filme que criticaba las herejías del cristianismo y se enmarcaba en el Camino de Santiago. Dalí sintió que debía dar réplica al atrevimiento de Buñuel, su antiguo amigo, con el que había hecho los filmes Un perro andaluz y La edad de oro, resquebrajándose su relación totalmente con el tiempo. He ahí el otro motivo. Posiblemente, el más importante.
La respuesta al atrevimiento de Buñuel fue clara: revitalizar la idea del Camino de Santiago y ofrecérselo a los jóvenes como una revelación espiritual. En su libro, Antonio D. Olano recoge unas declaraciones de Dalí sobre el plan ideado harto elocuentes: «Si bien puse en órbita Santiago, jamás me moví del centro de lanzamiento para peregrinar hasta su sepulcro. Lo voy a hacer como es debido cuando me ponga al frente de al menos un centenar de hippies reconvertidos a la religión católica, apostólica y romana». Dicho esto, el artista introduce a Lennon en la historia («Mantengo contacto con John, que desea peregrinar») y da su particular visión sobre el cine del momento, ironizando sobre su postura: «Todos los filmes nuevos que tratan de representar a la juventud son más o menos anárquicos, antirreligiosos, que es una buena manera de ser religioso. Ahí está el caso de Buñuel con La Vía Láctea, una película premística. Puede convertirse en cura cualquier día de estos. El día menos pensado Buñuel toma las órdenes religiosas».
Estas declaraciones no están fechadas, pero Olano sitúa las conversaciones entre Lennon y Dalí al respecto en la mitad de los años setenta. Es decir, varios años después del estreno de La Vía Láctea o de Teorema, de Passolini, otro de los filmes contra los que su peregrinación se quería rebelar. «Dalí era un genio, pero era tremendamente lento. Él decía que las cosas de Dalí, como las de palacio, van despacio. Y pasó que en esta ocasión fue tan despacio que nunca se pudo hacer», explica Olano, que recuerda cómo envió, por encargo de Dalí, varios telegramas al líder de The Beatles: «Le mandé dos o tres telegramas. Estábamos en su casa de Cadaqués e iba yo a Correos y los pagaba de mi propio bolsillo», puntualiza advirtiendo una nueva excentricidad del artista: «Era todo un simple formalismo de Dalí, porque Dalí y Lennon hablaban por teléfono cuando querían. No necesitaban telegramas pero, claro, Dalí era Dalí. Lennon no le contestaba por ese medio, sino por teléfono».
Encuentro entre genios
La relación de Salvador Dalí y John Lennon venía de atrás, cuando The Beatles asombraban al mundo. Olano sostiene que el artista conoció a los fab four en Londres. El escritor Javier Pérez Andújar habla en su libro Salvador Dalí a la conquista de lo irracional de que incluso les vendió un pelo de su bigote por 5.000 dólares. De todos modos, el encuentro más sonado fue el que se produjo en Ámsterdam en 1969. Cuatro días después de que Lennon y Yoko Ono se casasen en Gibraltar, la pareja almorzó con Dalí dentro de su campaña por la paz Bed In, célebre por recibir a los periodistas en cama. Pérez Andújar, experto en el lado pop de Dalí, sostiene que John y Yoko aspiraban a que el catalán se uniese a su causa antimilitar. Él contraatacó con otra proposición tan opuesta como provocadora: que ellos participasen en su particular apología de la guerra.
Más entendimiento tuvieron luego. Quizá porque a Dalí, siempre oportuno y muchas veces oportunista, le interesaba tenerlo. «Él sabía perfectamente que los Beatles habían sido los reyes de los hippies», comenta Olano. Dalí los conocía bien. De hecho, no pocos hippies eran invitados a su casa de Portlligat para su deleite y el de su esposa Gala, y quedaban los jóvenes fascinados por el carisma de ambos. Se dice que incluso en algunos casos la cosa llegó a unos niveles de adoración tal que algunos llegaban «a jurar por Salvador Dalí», dándole al pintor una dimensión cuasi sagrada.
Sin embargo, de puertas para dentro los llamaba drogadictos fúnebres y rechazaba su filosofía de vida. Dalí veía en la mística hippy un camino interesante que se dirigía hacia una dirección equivocada. El destino recto lo podrían encontrar en su peregrinación. «Ellos dejan la droga porque no les da buen resultado para la salud -aseguraba Dalí, siempre contrario al uso de narcóticos-. Están en plena meditación y se van a ver a sacerdotes a la India. Lo que no les gusta a los jóvenes son los sacerdotes actuales, vestidos de negro, los curas tradicionales».
Lennon también apelaba a la religión a menudo. Aunque en su día creó un escándalo mayúsculo en EE. UU. al decir: «Ahora mismo somos más famosos que Jesucristo», luego afirmaría cosas como: «Intentamos hacer contemporáneo el mensaje de Jesucristo. Queremos que gane él. ¿Qué hubiera hecho si hubiera podido disponer de anuncios, discos, películas, televisión y periódicos? El milagro es la comunicación. Usémosla». Además, en su último álbum, Double Fantasy (1980), incluía una canción titulada Beautiful Boy (Darling Boy) dedicada a su hijo Sean. Versos como «Niño bonito / Antes de que te vayas a dormir / Di una pequeña oración / Todos los días y de cualquier forma» hablan por sí solos.
Todo ello encajaba en la visión posmoderna que Dalí pretendía darle a la marcha a Santiago. Con un enfoque artístico-religioso, se partiría desde el Museo del Prado. Allí harían un homenaje a Velázquez, uno de los pintores más reverenciados del catalán. Luego, tomarían la Gran Vía hasta hacer parada en el Museo de Arte Contemporáneo de la Ciudad Universitaria. Y de ahí, tomarían la carretera de A Coruña.
Leyenda paralela
Como se señalaba antes, Olano asegura que la muerte de Lennon fue lo que terminó con todo. Pero en el universo de los fans de Lennon circula otra versión. Con un pie en lo biográfico y otro en la ficción, la recoge Jordi Soler en su libro Salvador Dalí y la más hermosa de las chicas ye-ye. Señala que en 1970 Dalí redactó una carta de su puño y letra con su propuesta: partir juntos en autobús hacia Santiago, creando así una obra a caballo entre la canción y la pintura. Según Soler, uno de los hippies que merodeaba por la casa del pintor se ofreció a llevarla al buzón, pero consciente de su valor nunca lo hizo. Al parecer, la guardó durante años con el objeto de lucrarse con ella. Tiempo después la vendería por miles de libras en una casa de subastas. La historia «no es más que uno de los desenlaces que pudo tener aquel proyecto», tal y como señala el autor. Ello no ha impedido que se haya propagado como cierta y que, incluso, existan blogueros que hayan jugado a imaginar cómo se hubiera desarrollado esa obra híbrida.
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